Entrevistamos a Juan González, trabajador de La Rueca Asociación y primer español galardonado con el O’Reilly Open Source Award por su contribución al software libre
Se llama Juan González y trabaja en La Rueca Asociación, pero quienes le conocen por sus aportaciones al mundo del software libre prefieren llamarle Obijuan. Es el nombre que sus compañeros de mili eligieron para él cuando llenó su habitación de pegatinas de Star Wars, hace ahora casi dos décadas. Y desde entonces, no ha parado de crear.
Contactar con él por correo electrónico significa darse de bruces con la realidad. Con su realidad. Le hemos enviado un documento de texto por correo electrónico y nos lo ha devuelto precedido de una frase que, quizás, resuma la esencia de todo lo que va a contarte después; o, seguramente, la esencia de lo que es Juan González en realidad: «Lo he hecho con Libre-offiice, así que te envío el documento en el formato de esta herramienta». Una auténtica declaración de intenciones.
Su intención y su duro trabajo es lo que le ha hecho merecedor del premio O’Reilly Open Source Award. Un premio otorgado por su contribución al software libre que le fue entregado el pasado día 11 de mayo en el Palacio de Convenciones de Austin, donde se estaba celebrando durante cuatro días OSCON, el congreso mundial que da cita a desarrolladores de software e ingenieros. Juan González (Madrid, 1973) es el primer español en ganar este premio, hasta ahora desconocido para el común de los españoles, pero con un significado inmenso. «Me ha dado mucha confianza para continuar por el mismo camino, y seguir fomentando y ampliando nuestro Patrimonio Tecnológico de la Humanidad. Espero que sirva para que mucha gente se fije en esto, y se unan en la campaña de compartir el conocimiento de las nuevas tecnologías, eliminando todas las barreras», cuenta al equipo de Comunicación de su propia entidad, La Rueca Asociación.
Porque si hay algo relevante para él, es que el conocimiento sea, precisamente, libre. «Afortunadamente el conocimiento no se puede patentar«, cuenta orgulloso, con una sonrisa. Y es que Juan González, ingeniero superior de Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Madrid, y papá por partida doble, no quiere oír hablar de patentes ni de propiedad intelectual. «Las patentes se crearon precisamente para compartir este conocimiento práctico, y evitar que una persona se fuese a la tumba con sus secretos. Actualmente las patentes no se usan para compartir, sino como arma para impedir que otros avancen. O para paralizar y congelar desarrollos. Mucha gente piensa que patentando ‘te haces de oro’. Nada más lejos de la realidad. Sólo les sirven a las megacorporaciones».
Un hecho claro, pero que resulta casi incomprensible para el común de la gente, que no puede entender por qué tanto desapego por las creaciones del propio ingeniero. Su respuesta, es firme: «No compartir los avances no es ético, ya que te has basado en los de otros. Es imposible crear nada desde cero, siempre usarás ideas que han creado otros, aunque no te des cuenta. La gente que no está en las comunidades libres, tiende a juzgarte ‘porque das algo gratis’. Pero en realidad, no es así. Uno siempre recibe muchísimo más de lo que da. Y si se hace balance total, has salido ganando por compartir el conocimiento. Un ejemplo muy sencillo. Si en una comunidad hay 20 personas, y cada una aporta una idea o un diseño y lo comparte con una licencia libre, el balance de cada individuo siempre es positivo: recibe 19 diseños, frente a 1 que ha aportado. Das 1 y recibes 19. Imagínate ahora una comunidad de 1000 miembros».
Las cuentas están claras. Al menos para ojos del que fuera creador de la Obijuan Academy, una escuela virtual que trata de acercar el software libre y y mostrar que con las herramientas libres se pueden hacer muchísimas cosas. «Uso software libre desde 1996. Mucha gente no se lo cree, pero es así. Esto me da muchísima autonomía y me hace independiente de las corporaciones: si desaparecen, o quitan su software del mercado, a mí no me afecta».
Pero si hay algo que sí le ha afectado, es el descontento. Tras varios años de trabajo de investigación en una universidad que agotó sus recursos y posibilidades para el ingeniero, y tras tres años como Director de Innovación en una corporación grande, Juan, o tal vez fuera Obijuan, decidió dejar la gran empresa par la que trabajaba. «Sólo me faltaba conocer el Tercer Sector, y tuve la suerte de conocer el proyecto Tecnolab de La Rueca Asociación. En él se juntaba lo tecnológico con lo social. Yo podía aportar mucho en lo tecnológico y lo maker, y a su vez, aprender todo del mundo social. Me pareció un reto muy interesante y decidí hacerlo«, cuenta, orgulloso a quien le pregunta «qué hace alguien como tú en un sitio como este».
Así que ahora es el fablab manager, o el responsable técnico del taller de creación digital. Su misión en TecnoLab, junto con el educador social Daniel Cañaveral, es que las máquinas estén siempre a punto y enseñar todo lo que se puede hacer con ellas, de una forma sencilla, para personas que no sean ingenieras. Y también garantizar que se hace con software libre.
Dedica buena parte de su tiempo al proyecto de Breakers de la Fundación Orange, del que La Rueca Asociación forma parte. «Está siendo todo un reto para mí trabajar en lo social, me enriquece más a mí como persona. Trabajar en una entidad social me ha hecho replantearme muchas cosas, y sobre todo, ser más consciente de lo privilegiados que somos muchos, y de la gran necesidad de ayuda que hay. Está siendo un golpe de realidad muy necesario, y me está aportando una visión muchísimo más completa de la vida. Normalmente los investigadores vivimos en nuestra propia burbuja, y gracias al Tecnolab, estoy viendo lo que hay más allá de esta burbuja».
Le sugerimos a Juan González la posibilidad de que su alumnado –un nutrido grupo de jóvenes que tal vez acuda al TecnoLab de La Rueca Asociación en busca de motivación, o de las respuestas que el sistema educativo tradicional no les ha dado– quizás desconozca que su maestro es el primer español en ganar el O’Reilly Open Source Award. Y es entonces cuando el rubor asoma en este doctor en Robótica por la UAM de sonrisa fácil. «Y a mí me da vergüenza decírselo«, confiesa.